El pasado 30 de noviembre recibí una de las noticias más tristes que una persona puede escuchar, el fallecimiento de un amigo.
A George Herbert Walker Bush, lo recordaré siempre con alegría, pero, sobre todo, con gran admiración. En él, no sólo encontré una amistad sino un compañero, alguien que compartía mis sueños y visión sobre la necesidad de crear iniciativas que contribuyeran a fortalecer y catalizar el desarrollo de la región; de apostar por una educación que hiciera de cada joven un agente de cambio y de impulsar ambientes más prósperos y propicios para el desarrollo tanto individual como colectivo.
Un estadista, que, a mi parecer, fue uno de los mejores presidentes en la historia de los Estados Unidos y que deberá ser recordado por su permanente búsqueda de mejores condiciones de vida en la región, así como por su empeño por apoyar el conocimiento de las contribuciones que América Latina ha realizado a la cultura global.
Ciudadano ejemplar, amigo insustituible que rompió el molde, porque, personas como él, solo nacen una vez.