Tolerancia y diálogo sincero, las vías de la reconstrucción

Con la violencia en ascenso, la situación en Venezuela ha alcanzado un punto insostenible al cual no podemos ser ajenos.  Más allá de cualquier ideología, el país exige una reconfiguración y toma de decisiones inmediata, que nos permita definir el rumbo que Venezuela necesita tomar para encontrar -de mutuo acuerdo-, la senda de la paz, reconciliación y crecimiento.

Desgraciadamente, hoy la intolerancia y la desconfianza, así como el evidente ánimo de confrontación visto en nuestras calles, parecen reinar en el país. La reciente advertencia por parte de la Comisión Nacional de Telecomunicaciones (CONATEL) a proveedores de internet para bloquear los sitios web que “agredan al pueblo venezolano” y “causen desestabilización y zozobra” es una clara muestra de ello, al igual que la consideración de una posible restricción para el ingreso a redes sociales como Twitter y YouTube.

Ante este tipo de actitudes, la idea de sentar en la mesa a dos Venezuelas tan distantes, parece lejana. No obstante, resolver los grandes problemas que hoy nos aquejan –criminalidad y violencia, desabastecimiento, un alto índice inflación y una apremiante situación económica- requiere de la voluntad de todos. Se necesita una apertura en la que cada una de las partes reconozca la validez de sus interlocutores, poniendo por encima de cualquier diferencia, esa gran coincidencia que nos une a todos los venezolanos: el amor y la lucha por nuestra patria.

Necesitamos comenzar un diálogo sincero, a trabajar juntos en la construcción del país que todos deseamos: un país en el que todas las opiniones cuenten; en el que el respeto de los derechos humanos, los derechos de las minorías y la estabilidad no estén peleados. Un país de progreso en el que las madres de familia no necesiten realizar una odisea para adquirir lo básico. Un país en el que la gente pueda caminar confiada por la calle. Un país en el que los jóvenes puedan alcanzar sus sueños. Un país en el que sus periodistas no tengan que jugarse la vida todos los días para hacer su trabajo, en el que  la libertad de expresión y el oficio de la comunicación sean respetados. Un país en el que todos los venezolanos podamos expresarnos y ser escuchados.

Estamos en el momento justo para demostrar la madurez política de Venezuela y decidir la forma de resolver un conflicto que está afectando a todo el pueblo venezolano, no sólo a gobierno u oposición.  El nivel de polarización que ha alcanzado Venezuela, merece ya la mediación externa de una figura que goce de credibilidad ante ambas partes: un árbitro que conozca y quiera a Venezuela y que comprenda la complejidad de su situación. Alguien que cuente con capacidad técnica para llamar a la reconciliación, con disposición para el diálogo y cuyo fin último sea la consecución de la paz y la  unión entre todos los venezolanos.

En este contexto -tal como diversos personajes han propuesto ya- la intervención de una figura al margen de cualquier interés político, como la del Papa Francisco y la sabia cancillería del Vaticano, emergen como la  opción más viable. Desde el recrudecimiento de las protestas en Venezuela, el Sumo Pontífice se ha mostrado especialmente preocupado por la violencia desatada y ha sido uno de los primeros en hacer un llamado “a la paz y la concordia” al pedir que “todo el pueblo venezolano, comenzando por los responsables políticos e institucionales, se una para favorecer la reconciliación nacional a través del perdón mutuo y el diálogo sincero, el respeto por la verdad y la justicia, capaces de hacer frente a cuestiones concretas para el bien común”.  El Vaticano cuenta además con figuras como el Cardenal Pietro Parolin, hoy Secretario de Estado, que en su calidad de Nuncio Apostólico de Venezuela, tuvo la oportunidad de conocer de cerca nuestra situación y cuenta también con gran experiencia en materia de negociación internacional.  La Conferencia Episcopal Venezolana tiene la confianza del país y podría tomar parte de este arbitraje y del establecimiento de un ambiente propicio para un diálogo sin exclusiones.

Se puede o no estar de acuerdo con lo propuesto hoy en Venezuela, es justo ese debate el que da fuerza a toda democracia.  Pero lo que no podemos negar es lo insostenible de la situación que atraviesa hoy nuestro país, donde la protesta es una reacción normal como lo es en cualquier sociedad democrática; no obstante, debe poder hacerse sin violencia.

Tal como ha sido la constante en las grandes transformaciones de América Latina, los jóvenes venezolanos han sido los primeros en alzar la mano, mostrando al mundo el espíritu de nuestra patria: echado pa’lante, decidido, valiente, que no se doblega. Se trata de jóvenes que entienden que el progreso también está ligado con el bienestar de los menos favorecidos; que son capaces de visualizar las consecuencias, a mediano y largo plazo, que trae consigo la carencia de certeza; y que pugnan por la reconstrucción del país.

Si queremos encontrar la reconciliación, resulta indispensable el cese a la persecución; así como la investigación independiente y transparente de los fallecimientos ocurridos y las denuncias existentes sobre violaciones a los derechos humanos durante las protestas.  La violencia –provenga de donde provenga- es totalmente reprobable.

Venezuela requiere de la unión de gobierno, instituciones, partidos políticos y ciudadanos, de un debate constructivo  que nos permita recuperar esa Venezuela de oportunidades, de progreso y de bienestar.

Hoy me duele mi patria tan dividida, me duele el grado que han alcanzado nuestros desacuerdos. Me duele una Venezuela que sufre; pero confío en que el amor que los venezolanos sentimos por nuestra patria, nos permitirá superar la intolerancia que ha dominado el escenario político en los últimos años, para dar paso al debate democrático y la recuperación de la confianza en las instituciones. No podemos darnos el lujo de continuar divididos.

Si bien este pronunciamiento recibirá, estoy seguro, críticas de muchos; también estoy convencido que si las partes se sientan a la mesa del diálogo –contando con una mediación externa como la del Vaticano-, mi país encontrará de mutuo acuerdo, la paz y la reconciliación que todos aspiramos.

Editorial publicada en el País